Los alteradores hormonales o disruptores endocrinos son sustancias químicas, contaminantes ambientales que se asocian a las enfermedades comunes del XXI y que, además, tienen el poder de modificar nuestras hormonas, interrumpiendo los mensajes químicos existentes entre los órganos.
Es cada vez más común que la exposición a estas sustancias sé de desde edades muy tempranas y en momentos muy sensibles del proceso de maduración del organismo humano.
¿Dónde se encuentran estos disruptores?
Lamentablemente, los encontramos en nuestro medio ambiente, en algunos alimentos procedentes de la agricultura, debido al uso de pesticidas que contenían sustancias que, aunque en este momento ya se encuentren prohibidas, siguen persistentes en la naturaleza; en la cosmética industrial sintética, gracias a los aditivos responsables del color, la textura y el olor; en detergentes; en la fabricación de los plásticos que han inundado nuestras vidas y en los textiles que son teñidos con colorantes tóxicos. El 90 por ciento de los agentes químicos utilizados actualmente por la industria son derivados del petróleo. (bisfenoles, ftalatos, benzofenona, parabenos…).
Miles de millones de toneladas de sustancias creadas en los laboratorios, que nunca antes habían formado parte de la naturaleza, han sido vertidas en el medio ambiente con el poco conocimiento sobre cuál sería su impacto sobre el ecosistema y la población.
Los componentes utilizados por la industria, sobre todo la de la cosmética convencional, afectan al planeta entero, invaden desde las montañas más altas pasando por polos y por las profundidades oceánicas. Llegan hasta estas zonas, por los sistemas de desagües, las fosas sépticas, y las depuradoras.
Al ser solubles, muchos de estos ingredientes, como los ftalatos, llegan a las aguas y una vez dentro del organismo, imitan la acción de las hormonas, haciendo una especie de hackeo que provoca en los machos de algunas especies de peces que cambien incluso de sexo.
Riesgos para la salud
La creencia que tenemos, al pensar que estamos bien protegidos, se debe a la confianza en la reglamentación existente y en la familiaridad que se genera con las marcas, gracias a los mensajes publicitarios y al greenwashing o lavado verde realizado por las marcas que nos llevan a esa conclusión. Desafortunadamente, no es el caso, la industria y las autoridades afirman que los efectos de todos los ingredientes cosméticos han sido investigados, pero con animales de laboratorio, en grandes dosis y a corto plazo. La realidad es que desconocen las consecuencias a dosis bajas durante largos periodos de tiempo, así como los efectos de su mezcla dentro del cuerpo, de su acumulación en los órganos y en los tejidos, que pueden acabar causando a largo plazo desde trastornos hormonales, alergias y hasta cáncer.
Estamos siendo sometidos a una exposición invisible y diaria a un gran número de moléculas capaces de interferir en el funcionamiento del organismo humano y de los ecosistemas. Convirtiéndose en un peligro directo o indirectamente para la salud.
Muchos de los compuestos han sido prohibidos después de estar 40 años en el mercado, pero siempre existe un compuesto similar no regulado que se pone como sustituto, o que está poco investigado o que incluso es más tóxico que el anterior, y así comienza de nuevo la maquinaria de la regulación que falla porque se hace eterna, porque no se adecúa a la necesidad del momento y porque está basada en la demostración del daño, cuando debería basarse en la demostración de la inocuidad.
Desde el 2019 se han prohibido sustancias como el Linurón, el Mancozeb y el Clorpirifós, tres pesticidas disruptores endocrinos, pero las medidas llegan tarde y los efectos tardan en desaparecer, convirtiéndose en un problema grave, ya que la exposición a este tipo de sustancias se asocia a las enfermedades del siglo XXI: infertilidad, cáncer de mama hormonodependiente, obesidad, diabetes, hipotiroidismo*, cáncer en general y en especial de testículos y ovarios, alteraciones en los sistemas reproductivos femenino y masculino, anomalías en el crecimiento y desarrollo, disfunciones en el sistema inmunitario.
La situación es posible porque somos víctimas y a veces cómplices de una visión anticuada de la toxicidad.
Víctimas, cuando los organismos encargados de legislar estas regulaciones aprueban los métodos que se consideran válidos para tomar decisiones, para dar permisos o denegarlos y estos no se adaptan a los nuevos conocimientos y se rigen por un principio establecido en el siglo XVI, llamado PARACELSO que dice: “Es la dosis la que hace al veneno”, según esta filosofía puede utilizarse incluso una sustancia cancerígena en dosis que se consideran “seguras”.
Cómplices, cuando muchos de nosotros ya conocemos como operan estas industrias, lo que causan en nuestra salud sus productos llenos de sustancias nocivas, en la de nuestros pequeños, incluso en los que están por venir, y en nuestro planeta y seguimos consumiéndolos.
¿Por qué a la hora de comprar no realizamos ese acto que nos es ahora tan natural, como es el de sacar nuestro teléfono y pasar el Código de barra o sus ingredientes por una de las tantas apps gratuitas que existen y leemos los ingredientes de lo que estamos comprando?
¿Qué sucedería si las entidades responsables, en vez de aplicar este principio PARACELSO, aplicaran el principio de precaución o de cautela, que dice que no es el que sufre la enfermedad el que tiene que demostrar el daño; si no es el que pone el producto en el mercado el que tiene que demostrar la inocuidad?
¿No es este el orden en el que deberían funcionar las cosas? Una industria que crea artículos o productos para el beneficio de la humanidad, un gobierno que se hace cargo de velar de que los organismos encargados de estas regulaciones lo hagan lo mejor posible y un ser humano más consciente que no permite ser envenenado con pequeñas dosis durante toda su vida.
Se estima que cada producto y la mayoría no aparece en la lista de ingredientes, porque forma parte de la composición secreta de la fórmula del cosmético o de aseo, suele contener una media de 10 agentes químicos con capacidad alergénica. ¿Sabias que, uno de los perfumes más vendidos en el mundo y que yo he elegido por años para regalar, el Aqua de Gio, de Giorgio Armani, contiene 19 agentes químicos alergénicos? *.
Si se anticipase el daño prohibiendo una sustancia inmediatamente, al tener una sospecha razonable, no habrían pasado 11 años desde que, en el 2011, en la comunidad europea se prohibieran los biberones de policarbonato para evitar la exposición de los bebés y niños al bisfenol A y lamentablemente no ha sido hasta el mes de diciembre del año 2022 cuando la han sacado del mercado, del envase alimentario y de los productos en contacto con los alimentos. **
La pregunta ahora es: ¿Cuánto daño habrá producido esta sustancia en todo este tiempo?
¿Qué podemos hacer para reducir la exposición a estas sustancias?
Acercarse a quien comparte tus preocupaciones, pero sobre todo tus principios, ideales y forma de cuidado, que busca y ofrece alternativas más seguras. Personas con conocimiento, granjeros que cultivan su propia comida de manera sana y ecológica, pagando un precio justo y apoyando con su divulgación y promoción.
Los que vivimos en el lado del mundo dónde la información la tenemos al alcance de un clic, podemos empezar a asumir la responsabilidad individual de conocer lo que consumimos si queremos mantener lejos de nuestras familias estas sustancias tóxicas, aparte de empezar a tener una responsabilidad consciente sobre el colectivo que no puede acceder a esta información. Si somos muchos los que rechazamos estos compuestos, y dejamos de comprar estos productos, la industria y los gobiernos deberán empezar a replantearse la forma de hacer las cosas.
La responsabilidad de mantener un estado saludable está en nuestras manos, hacernos los ciegos no desaparece el problema, la información está ahí, otra cosa es que queramos conocerla.
- El libro de la cosmética natural, Claudina Navarro, Manuel Núñez, Jordi Cebrián
** Artículo Revista BIOECO ACTUAL. “El fenómeno cóctel, más que denunciado por los científicos, no está considerado en la legislación”. Periodista Ariadna Coma.